El matrimonio de Cristián y Bárbara en Villa Alemana, Valparaíso

Ya tranquila, tengo 15 minutos para llegar tarde me dicen las amigas, me pongo el vestido entre termino de peinado e inicio de maquillaje. Mis otras amigas desaparecen a la ceremonia. ¡Incluyendo a quien me va a entregar! Había desaparecido, calma, calma. ¡No! No había calma, el fotógrafo sacaba fotos, ¡el ramo! Calma. Tengo el ramo y mi amiga no está, ¿dónde se fue? La llaman por teléfono, está abajo porque comenzó a llegar la gente hace rato y los arreglos florales no estaban en su lugar, veo a mi amiga que me hace señas y veo al novio atrás. ¿El novio? ¡No! ¡El novio no puede ver el vestido! Tiran al novio de vuelta a la ceremonia, veo correr a mi amiga a buscarme. Tranquila, todo saldrá bien, repito en mi cabeza una y otra vez, respiro. No sé si reír o llorar, son demasiadas las emociones que pasan en ese minuto, veo a algunos amigos, les sonrío y veo al novio, nos tomamos de la mano, por fin, me quedo más tranquila.

La ceremonia fluye de manera improvisada casi, mi flaco me lee sus votos, creo que lloraré. Respira, me toca a mí, los votos se me quedaron en el celular, ¡no los pasé en limpio! Me pasan el celular, los leo. Nos ponemos las argollas y besamos.

Una avalancha de gente se acerca a abrazarnos, puedo sentir mucho amor hacia nosotros. La fiesta comienza, bailamos la canción escogida, me sacan la liga, tiro el ramo, cortamos la torta. Reímos mucho, bailamos, saltamos, brindamos con mi esposo juntos y felices, empezando una nueva aventura.